Hoy traigo una colaboración nada centrada en la conducción. Dice el autor que las anécdotas son lo que queda para el recuerdo en un viaje; habrá mucho de eso, no lo dudéis. No me enrollo más y dejo que el Antonio López de la literatura nos cuente la realidad de un viaje por centroeuropa.
Siguiendo con la serie de artículos de gente que no tiene ni idea de coches pero que a veces usa carreteras, esta vez me toca a mí escribir sobre la excursión que hice con Jose Valdés y familia a la Selva negra, en Alemania.
Nada más salir de Zug ya pudimos disfrutar de las obras y el tráfico que hay por todas partes en Suiza. No hay manera de librarse de ninguno de los dos, encontrarte más obras y coches de los que querrías es algo tan típico de Suiza como el chocolate, los relojes de cuco o la evasión fiscal.
No hay mucho que contar del trayecto hasta la frontera con Alemania. Lo más interesante, además de la incertidumbre que nos entró cuando nos dimos cuenta de que íbamos a entrar en la Unión Europea con un bebé indocumentado, fue escuchar a Lestrat cantar grandes éxitos de Víctor Manuel. Yo también canté, por supuesto, pero no estamos hablando de mí.
Cruzamos la frontera por Koblenz. A un lado del Rin, Suiza, al otro, Alemania, y en ninguno de los dos un solo policía. La diferencia de precios es tan grande entre los dos lados de la frontera que en el lado alemán hay un supermercado al que van a comprar los habitantes del lado suizo.
Lo primero que nos encontramos al entrar en Alemania fue un semáforo que parecía saber que estábamos haciendo contrabando de bebés. Íbamos distraídos charlando, así que tardamos en darnos cuenta; pero era cuestión de tiempo que alguno de nosotros se percatase de que nuestro semáforo era el único que no se había abierto mientras los demás semáforos de aquel cruce habían pasado varias veces de rojo a verde y de verde a rojo. Al cabo de un rato empezamos a pensar que quizás aquel era uno de esos semáforos que detectan si hay algún coche esperando y a nosotros no nos estaba detectando porque estábamos mal colocados. Movimos un poco el coche esperando que sirviese de algo, pero el semáforo seguía en rojo y mientras tanto se seguían acumulando coches detrás de nosotros, yo creo que la cola llegaba ya al otro lado de la frontera. Por alguna razón, cuando llevábamos más de 15 minutos esperando a que el semáforo se pusiera en verde por fin se puso en verde. En todo ese rato no oí ni un solo bocinazo de los coches que estaban detrás de nosotros, no sé si porque la gente de la zona está acostumbrada a esperar tanto tiempo en ese semáforo o porque es cierto eso de que los centroeuropeos son mucho más cívicos que nosotros y se estaban cagando en nuestros muertos con una educación exquisita.
Al otro lado, Alemania y el dichoso semáforo.
El primer pueblo que nos encontramos a este lado de la frontera fue Waldshut-Tiengen y salimos de él por la Bundesstraße 500. Habíamos leído varias recomendaciones para entrar en la Selva negra por esta carretera, supuestamente el paisaje es bastante espectacular; pero lo cierto es que nos decepcionó bastante. Esperábamos encontrarnos un bosque tupido y árboles echándose sobre la carretera, casi formando un túnel, y lo que en realidad nos encontramos fue una carretera abierta con un poco de bosque a los lados. No es que el paisaje fuese feo, pero me cuesta entender que le llame la atención a alguien que no haya pasado toda su vida en Almería.

Tras la decepción de la Bundesstraße 500 llegamos al lago Schluch, ya en plena Selva negra. Esta zona es bastante turística, los días de sol se acerca mucha gente a pasar el día en el lago y a hacer senderismo por los alrededores, algunos tramos de senda que se veían desde la carretera estaban más transitados que la calle Uría un sábado por la tarde.

Empezaba a hacerse tarde y aún no habíamos llegado al Lago Titi, que es donde pensábamos comer, así que seguimos hasta allí. Si los alrededores del lago Schluch parecían la calle Uría, los del Titi parecían Benidorm en Agosto. El pueblo que hay junto al lago tiene cierto encanto, con unos cuantos edificios de arquitectura tradicional de la zona, y tiene las calles más próximas al lago peatonalizadas, así que es un buen lugar para dar un paseo con tranquilidad y pasar un rato agradable comiendo en una terraza; el único problema que tiene es lo masificado que está, con tanta gente alrededor se le quitan a uno las ganas de paseo tranquilo y de rato agradable. Las ganas de comer no se nos quitaron tan fácilmente.Shortcode
Alrededores del lago Titi.
Decidimos buscar un restaurante en una zona un poco apartada para comer más tranquilos, pero eso será en la segunda parte del artículo.